Cuento Interactivo: Soga

Este cuento nació inspirado en el ejercicio Tropocentrismo Literario, y he aquí los resultados. Además, es una especie de feto, a medias entre la prueba y el experimento, ya que al estar inconcluso al mostrarlo al gremio, se decidió añadirle finales alternativos a modo de cuento interactivo.

La Tierra de Los Caídos

Poco a poco las nubes se despejaban bajo los acantilados, dejando ver los baldíos secos donde ya nada crecía. Soga se aferró al borde del precipicio y miró hacia El Abismo, la tierra de los caídos. Le pareció que algo se movía ahí abajo.

— Ahí, en el baldío—dijo, apuntando más allá de las nubes—Hay algo.

Grapa, su compañera de cacería, se le acercó.

—Son los fantasmas de los caídos—dijo, sin creerle—Ilusiones del espíritu. No pierdas tu tiempo, hermana, hay que cazar todavía.

Y Soga se puso en pie, pensativa, conocía esas historias: una vez que alguien del pueblo de la Gavia moría, era arrojado al Abismo. Sin embargo, nunca creyó esas sandeces de fantasmas. Por contraste a la horizontalidad, miró hacia las islas flotantes, cargadas de verde y vida; en algún lugar volaban las aves que les servirían de alimento a su familia.

—Está bien—dijo al cabo—Busquemos esos nidos.

Aunque el pensamiento siguió en su cabeza.

Arrimaron sus cuerdas y las lanzaron hacia las alturas, saltando entre los islotes que sorteaban el vacío. Pero no encontraron los nidos, pues la temporada anterior Soga y Grapa habían limpiado toda esa zona.

—Las aves habrán anidado en las islas que hay más abajo—dijo Soga—Allá debemos ir.

Así que cargaron las cuerdas y los ganchos y comenzaron el descenso. Aquella zona era casi inexplorada por su pueblo, por lo que tenía densos matorrales y profundos bosques cuyas raíces peinaba el viento.

A medida que bajaban, la niebla se iba volviendo más densa, aunque los graznidos, también eran más cercanos, pero tardaron mucho tiempo en encontrar un buen lugar, y bajaron más que nunca en sus vidas.

—Aquí, prepara tus flechas—dijo Soga y Grapa alistó sus armas.

Esperaron a que la niebla se despejara un poco, pues tenían en blanco a un inmenso pájaro carnudo posado sobre una rama.

—¡Ahora! —exclamó Soga y Grapa soltó la flecha. Soga se apresuró a encontrar la presa y lanzó sus ganchos, para que el animal no se perdiera abajo, en El Abismo.

Conseguida la presa, la niebla se dispersó, dejando ver una serie de islotes que bajaban casi hasta El Abismo. Soga miró sorprendida, pues nunca había visto el baldío tan cercano, y el pensamiento que hubo tenido en la mañana le dio vueltas en el cerebro hasta que llegaron a la aldea.

—Te digo, que es posible llegar a la tierra de los caídos—decía, cuando la cacería estaba ya servida en la aldea. —No hay fantasmas, sino suelo firme ¿te imaginas cómo sería plantar en un terreno que no se desmigaje?

Y Grapa, que ya estaba aburrida de las ideas de Soga, le replicó, aun con la boca llena:

—En el baldío no crece nada, por eso se llama así. Además, La Tierra en Las Nubes ¿no te parece un buen lugar? La caza abunda, las cosechas se dejan crecer.

—Se dejan crecer solo donde no hay rocas—dijo Soga—Y cada vez somos más, y no solo nosotros. El pueblo del Halcón ha domado todas las islas de más allá del Pináculo, y las golondrinas depredan nuestras cosechas cada temporada. ¡Imagina tener tanta tierra bajo tus pies que nadie se pelee por esta o esa isla!

Grapa puso los ojos en blanco y siguió comiendo.

—Bajar ahí está prohibido—dijo, apuntándola con un dedo—  No es natural; el cielo es nuestro reino.

Y así pasaron los días hasta que hubieron de ir de caza nuevamente, pues las cosechas eran limitadas entre el pueblo de la Gavia, y los del Halcón habían acaparado las islas más planas en tiempos de antaño.

Pero ese día, Grapa había lanzado un gancho y la mala calidad de la roca hizo que esta se soltara, cayendo más de cinco metros hacia un islote rocoso. Soga se apresuró a su encuentro y vio que estaba herida levemente, pero imposibilitada para cazar, así que decidió devolverla a la aldea.

—Iré yo sola—dijo, una vez su compañera estuvo descansando. —No tardaré demasiado.

En vez de buscar las alturas, y acercarse a los dominios de otros pueblos, bajó, como hiciera la última vez hacia esas islas que asemejaban una escalera hacia el vacío.

La niebla en esta ocasión era más transparente y estuvo segura de que algo se movía en el baldío de abajo. Pensó en que ningún fantasma se movería en hileras, como las hormigas, por lo que continuó saltando de isla en isla, lanzando ganchos y tirando cuerdas.

La caza se le olvidó totalmente, empecinada en seguir bajando, mientras el suelo se acercaba más y más. Los árboles comenzaron a ralear, y las rocas se volvieron desnudas, sin vegetación y, cuando estuvo a una distancia razonable, por primera vez en su vida vio gentes que no eran del Halcón, ni de la Golondrina o la Gavia.

Se veían pequeñísimos allí abajo, todos ordenados en una delgada hilera, mirando hacia arriba, a las islas flotantes. Soga se maravilló ante la visión y quiso tener a Grapa a su lado para demostrarle lo equivocada que estaba. Pero aún faltaba mucho para reconocer a las personas que había abajo, así que siguió descendiendo, arriesgando su vida en cada salto.

Vio con más detalle el suelo baldío, ya que no le parecía un abismo. Aquí y allá una isla flotante naufragada, por este lado un meandro seco que alguna vez pudo haber sido un rio y, en todas partes, las huellas minúsculas de un pueblo que se movía en hileras, como las hormigas.

Soga siguió el descenso y comprendió que el pueblo de abajo, los que nunca habían caído, sino que habían nacido en el abismo, hacían la acción contraria: se elevaban cada vez más.

Emocionada, se lanzó hacia la última isla; un pedazo de tierra árida que se elevaba apenas unos veinte metros sobre el punto más alto del baldío, y desde allí esperó a que llegara la comitiva. Aterrada y entusiasmada a partes iguales: jamás había ocurrido algo similar.

Y entonces vio al primero de ellos, aun minúsculo en la distancia, pero lo suficientemente cerca para saber que era un ser humano como ella y no un fantasma o una ilusión del espíritu. La figura abajo miraba inquisitiva hacia la isla flotante y agitaba los brazos y gritaba, pero Soga no le entendía nada. Entonces, sacó la cuerda de reserva, la ajustó a una raíz seca y con un nudo hecho al final, la lanzó hacia abajo.

a) La cuerda…

b) En vez de esperar…

c) Soga bajó…

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